
Dositeo, cuyos hijos regentan el bar Nova Ruta, es de los que se atreven. Qué remedio. «Hay tíos que pasan como locos. Hacen falta señales para controlar la velocidad. Por aquí van a ciento y pico», se queja viniendo desde el otro lado de la carretera. De momento, y a pesar de que su familia viva de las comidas y los cafés que piden los conductores, ve más inconvenientes que ventajas en el corte de la A-6. «Siempre paran algo más, pero aquí ya entraba mucha gente», dice. En frente, detrás de la barra del restaurante de carretera Las Calellas, María Soledad García sí ha notado un repunte del negocio en sólo dos días. «Hombre, sí se nota. Ya podía ser siempre así», responde.
Los negocios de carretera y las gasolineras se preparan para ganar algo más de dinero. La mayoría de sus propietarios ya sabe que el corte de la A-6 puede prolongarse más allá de un mes. Es el tiempo mínimo que la Subdelegación del Gobierno estima necesario para domar una montaña que ya se había agrietado durante las obras de la autovía, obligando en el 2001 al Ministerio de Fomento a aprobar un gasto adicional de 27 millones de euros para tapizar dos taludes de hormigón y un falso túnel en torno al fatídico kilómetro 418 que ha vuelto a venirse abajo.
«La avería debe ser gorda. Se les abre la montaña en profundidad porque hay una bolsa de agua que puja. Con la nieve y lo que ha llovido, las fuentes están a rebosar», cometa en La Portela, cerca del kilómetro 415 donde se reabre la autovía, el dueño del Hotel Valcarce, José Ramón Valcarce. Tiene el bar del hotel lleno de soldados de la Brilat de Pontevedra que viajan en varios autobuses a Astorga. Pero son gente que hubiera parado igual si la autovía hubiera estado abierta. «Se nota poco más en el negocio, y no toda la gente para», asegura. La intensidad del tráfico, eso sí reconoce, se ha multiplicado por diez. En un minuto pasan media docena de camiones y una quincena de turismos frente a su negocio.
Hasta la altura del hotel, y viniendo de Trabadelo, dos peregrinos canadienses que han dejado las mochilas en El Cebreiro disfrutan del Camino por el arcén de la N-VI. La mayor parte de los cinco kilómetros por donde se desvía el tráfico cuentan con un carril peatonal separado de la calzada por un muro. En el resto, consideran que el arcén es suficientemente ancho. Kathleen y Kevin echan de menos, sin embargo, algún radar que limite la velocidad del tráfico.
«Hasta las gallinas pueden andar solas», decía en julio del 2002 un vecino de Vega de Valcarce, después de que la apertura de la autovía dejara sin tráfico la N-VI. A ver quién las suelta ahora.
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