lunes, 29 de diciembre de 2008

AUSTALIA




En este filme, irregular pero impactante, Baz Luhrmann rinde homenaje a su nación y al cine de todas las épocas.
Tres películas —El amor está en el aire, Romeo y Julieta, y Moulin Rouge!— y unos cuantos montajes teatrales y operísticos, han convertido al australiano Baz Luhrmann (1962) en uno de los cineastas contemporáneos más originales y discutidos. Ahora, Luhrmann presenta Australia, película irregular pero impresionante , entre cuyos fotogramas aletean los fantasmas de Keaton, Ford, Huston, Fleming, Lean, Pollack... “En Australia —reconoce Luhrmann—, he intentado plasmar mi amor hacia el cine, hacia todas las grandes películas: La reina de África, Lawrence de Arabia, El río, Casablanca, Memorias de África…. Por eso, hay en ella comedia, drama, acción, western… Es una forma de dar entrada a las emociones”.
Amores en guerraNorte de Australia, justo antes de la II Guerra Mundial. Al puerto de Darwin llega Sarah Ashley, una atildada aristócrata inglesa, que va a reunirse con su marido para vender juntos una explotación ganadera. El fuerte carácter de esta mujer es puesto a prueba cuando se queda viuda y debe dirigir la finca contra las presiones de un ambicioso terrateniente local. Las complejas relaciones de Sarah con el tosco cowboy Drover y con el niño mestizo Nullah —perseguido para ser ingresado en una institución religiosa— marcarán la decisión de Sarah de competir con el mafioso ranchero, e intentar trasladar sus propias 1.500 reses a Darwin, para venderlas al ejército. En su afán por repasar todos los géneros, Luhrmann descuida a veces la continuidad narrativa y dramática, e incluso se siente obligado a introducir un par de enfáticas escenas eróticas, que rompen el tono clásico del resto del filme. También pesa su excesiva corrección política, positiva respecto a la denuncia de los abusos cometidos durante siglos contra los aborígenes australianos, pero algo cargante en su eclecticismo religioso, demasiado complaciente con el animismo indígena y demasiado oscuro en su acercamiento al cristianismo. De todas formas, esos defectos sólo rebajan un poco la potencia de la película, que ofrece una factura impresionante y unas cuantas secuencias memorables, como la estampida, la proyección de El mago de Oz, el ataque japonés a Darwin o el baile final. En este sentido, Luhrmann confirma su dominio de la puesta en escena, tanto en las apabullantes panorámicas como en las intimistas secuencias románticas. En estas últimas, el esmerado trabajo de ambientación, vestuario y música refuerza las excelentes interpretaciones, sobre todo de Nicole Kidman, Hugh Jackman y el niño aborigen Brandon Walters, que roba unas cuantas escenas a esas rutilantes estrellas.

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